En España, la agricultura de regadío se ha considerado tradicionalmente un puntal de la actividad agrícola puesto que, como reiteradamente se expone, abarca 3,7 millones de ha. (un 14% de la superficie agraria) y se le atribuye un 50 % de la producción agraria final, gracias a sortear el factor limitante natural de la disponibilidad de agua. Desde principios del siglo XX se ha ido moldeando en el imaginario cultural como el “modelo de agricultura ideal”, al que las políticas de agua, de oferta y de obra civil, se han subordinado sin prever límite alguno (salvo el presupuestario) y que sigue creciendo y siendo subvencionado a pesar de las numerosas alarmas que avisan de su posible colapso.
Como resultado, se tiene un regadío extendido y consolidado, pero en contrapartida encontramos que acredita el 80% de la demanda consuntiva de agua en España, siendo una de las principales presiones sobre los ecosistemas acuáticos por la sobreexplotación de aguas superficiales y acuíferos (y buena parte de la contaminación difusa), y causante de la reducción y alteración crítica de caudales, así como de la degradación de humedales. Infraestructuras asociadas a proyectos de regadío (como embalses y trasvases), canalizaciones, causan impactos ambientales añadidos.
El índice WEI+ (Water Exploitation Index +, utilizado en la UE para medir la presión cuantitativa sobre las masas de agua), que representa el porcentaje de agua consumida en una cuenca respecto a sus recursos naturales renovables, consumos esencialmente debidos al regadío, supera el valor 40% en buena parte de las cuencas españolas, umbral a partir del cual aparecen afecciones muy graves en los ríos.
Por todo lo anterior, la obtención de un buen estado ecológico para todas las masas de agua, que es el objetivo que marca la Directiva Marco del Agua de la UE (DMA, año 2000), encuentra en el actual regadío uno de sus principales escollos. Recientemente, en febrero de 2019, la Comisión Europea remitió su informe sobre los planes de gestión de cuencas de España para el segundo ciclo de la implementación de la DMA. Pues bien, de los 90 comentarios clave que se enuncian en este informe, 48 critican la situación española como de bajo cumplimiento, y en particular, de los 9 puntos que conciernen directamente a agua y agricultura, 7 también expresan una progresión inadecuada.
Estos deterioros se agravarían exponencialmente si se materializase el descomunal incremento del regadío reflejado en la planificación hidrológica, que por inercia sigue ajena a los cambios de paradigma que la sociedad demanda en la gestión del agua, y a las limitaciones físicas del planeta finito que nos alberga.
Ante estos desafíos, las administraciones hasta ahora no han dado otra respuesta que no sea propugnar la modernización del regadío como supuesta solución que aporta ahorro y mejora de la calidad del agua. Esta modernización consiste en la sustitución de los sistemas de distribución y aplicación de agua en lámina libre, en los que una parte del agua vertida escapa de la parcela y fluye de nuevo hacia la cuenca, por sistemas de distribución y aplicación (goteo, aspersión) presurizados que, junto a la introducción de tecnologías de manejo y optimización del riego, no dejan escapar agua de la parcela y maximizan la producción. Ciertamente la tecnificación incrementa la productividad y comodidad del riego, y puede llegar a reducirse el USO de agua a nivel de parcela (agua vertida sobre la misma), pero presenta la paradoja (Nota 1, al pie del artículo) de producir casi siempre el aumento del CONSUMO de agua a nivel de cuenca (por aumento de la evaporación y transpiración asociada al mayor crecimiento del cultivo), como han demostrado reiteradamente análisis desarrollados en numerosos casos, incluyendo el español, (FAO, 2017).
Esta errónea identificación entre uso y consumo, entre eficacia y ahorro, crea una confusión que se propaga deliberada o inocentemente, presentando las subvenciones a la tecnificación productiva, como si fueran inversiones en beneficio del medio ambiente.
Las modernizaciones no han demostrado reducir el consumo de agua a nivel de cuenca, a no ser que simultáneamente se tomen medidas complementarias de gestión y agronómicas, que pasan necesariamente por la disminución real de concesiones y rescate de volúmenes para la gestión de la cuenca, en vez de utilizarlos para alimentar la expansión y/o intensificación de superficie de riego. Sin esta recuperación de caudales para el medio ambiente, las mejoras de calidad de las aguas tampoco tienen lugar, obteniéndose salmueras concentradas en fertilizantes y sales en los retornos del riego.
Un nuevo factor está agravando los ya de por sí profundos problemas de sostenibilidad del regadío: el cambio climático.
La alteración del ciclo hidrológico es el principal y primer impacto detectable del cambio climático, lo cual golpea con fuerza, sin duda, a la agricultura.
Las repercusiones del cambio climático en la agricultura de regadío en la Península Ibérica se pueden apreciar en el reciente informe de la Comisión Europea “Impact of a changing climate, land use, and water usage on Europe’s water resources” (EU, JCR 2018). En él se prevé que si el incremento de temperatura media en la Península Ibérica alcanza los 2º C en 2050, que no es el escenario más desfavorable que se maneja, aumentará notablemente la evapotranspiración de cultivos y cubierta vegetal, a la vez que se producirá una importante reducción de precipitaciones, de entre el 10 y el 25% (ver Figura 1), siendo estas más irregulares y torrenciales. En este escenario, los valores del WEI+ en 2/3 territorio peninsular se remontarían hasta valores 40% y el 90% (ríos prácticamente secos), condiciones imposibles de soportar (Figura 2). Con incrementos de temperaturas medias de 3,7 ºC para 2070 la situación es aún más devastadora.
En este contexto de necesidad recuperación de la calidad de los ríos y de mitigación de los efectos del calentamiento global, el consumo de agua hoy en día de regadío en España supera ya lo sostenible, requiriendo una transición hacia un modelo que pueda coexistir con tales desafíos. La Política Agraria Común (PAC) no ha contribuido hasta el momento de forma significativa a la mejora en este ámbito, ya que las ayudas favorecen modelos agrarios intensivos del regadío en detrimento del secano, que con menos margen de maniobra y adaptabilidad es el más necesitado de apoyo para su supervivencia. La Coalición Por Otra PAC es una agrupación de más de una treintena de organizaciones de ganaderos y ganaderas extensivas, representantes de la producción ecológica, ONG ambientales, de desarrollo, expertos en nutrición y consumo, entre otros que promueven alcanzar una transición agroecológica que asegure sistemas agroalimentarios sostenibles, justos, responsables y sanos. En dicha transición, la gestión de agua es uno de los elementos clave cada vez más urgentes.
La rapidez con que efectos constatables del cambio climático se están haciendo patentes, hacen que esta transición se convierta en una emergencia en los países mediterráneos. Emergencia que debe ser abordada, en primer lugar con una moratoria preventiva inmediata en la extensión del regadío, seguida de un profundo plan de reconversión, donde cuenca a cuenca se realice una reducción de consumo de agua entre el 15 y 25%, modulando numerosas medias, como serían cambio de cultivos, introducción de manejo que reduzca la evapotranspiración, paso a secano con riegos de apoyo, etc. Medidas entre las que necesariamente habrá que contemplar también, la reducción neta de superficie de regada. Una PAC que contemple estos objetivos será una poderosa herramienta para facilitar la andadura.
Nota (1) Bloque secundario de texto aclaratorio
La explicación de la paradoja por la que la tecnificación tiende a reducir el uso de agua, pero a aumentar su consumo, radica en el hecho de que el mayor control en la aplicación de agua asociada a la tecnificación, hace que, por un lado, desaparezca la filtración y escorrentía de agua desde la parcela al exterior reduciéndose el agua vertida en ella, pero por otro lado, la planta esté permanentemente alimentada con todo al agua que quiera captar, sin restricciones ni estrés hídrico, aumentando la producción, y como consecuencia el uso consuntivo de agua. Y ello aún sin considerar los efectos colaterales como son la intensificación de cultivos y aumento de superficie regable a la que suele dedicarse el agua no usada después de la modernización, que aún hacen repuntar más el consumo.